martes, 22 de noviembre de 2011

Salvemos a las ladillas

Estaba yo cagando cuando se me ocurrió este artículo. Y es que las mejores ideas se me suelen ocurrir en el váter, el sitio más tranquilo de la casa, donde se puede reflexionar a gusto sin que te molesten. Eso sí, si luego sale una mierda, no os quejéis…

El caso es que hace unas semanas corría una gran preocupación por la redacción de “Mala Impresión”: ¿qué ha sido de las ladillas? Parece que de un tiempo a esta parte nadie las pilla. ¿Se estarán extinguiendo? ¡No podemos permitirlo!... Entonces fue cuando nuestro director me encargó hacer este artículo. Espero que no sea una indirecta, porque yo me lavo los huevos a conciencia…

De todos modos, es cierto: ya no sabemos dónde coño –nótese el gracejo, je, je…- buscar a la que durante décadas fuera mascota de España. La ladilla medró con el régimen anterior. Es posible que los curas tuvieran algo que ver con esto, ya que les venía al pelo (púbico) para afirmar que el sexo era fuente de todo mal y ruina moral y física del hombre, que se consumía víctima de sífilis, gonorrea y de nuestras simpáticas amiguitas.

La ladilla fue durante años compañera de trabajo de putas y orgullo de legionarios. Parece que un factor clave en su peligro de extinción es que la gente ahora se lava más. Antes, un buen español debía oler un poco a culo, porque quedaba más varonil. Eso de lavarse era de afeminados y de judeomasónicos. Todo parece apuntar a que eso era la esencia de los valores eternos (no veas qué flash si al final resulta que aquello de la “unidad de destino en lo universal”, que nadie sabía muy bien lo que era, termina siendo algo tan sencillo como el olor a culo mal lavado).

Con el gel de baño nos hemos librado de ellas; y es que era un bicho que tocaba los cojones (bueno, eso a los tíos; a las tías les daba el coñazo, je, je…). Pero esta revolución higiénica encierra un efecto perjudicial para el ecosistema: la extinción de estos bichitos, que eran simpáticos y alegres; como los pitufos, pero en bicho; lo que pasa es que, en vez de vivir en setas, pueblan cojones y chuminos.

Pero ya que está de moda eso del ecologismo y de salvar ballenas y todo eso, nos proponemos salvar a las ladillas. Hay que concienciarse: las madres, a sus hijos, en vez de regalarles tamagotchis, deben regalarles ladillas, que hacen más compañía ahí abajo, paseando cojón arriba y cojón abajo.

Pero te preguntarás, lector, qué puedes hacer tú para ayudar a tan noble campaña. Pues lo primero que debes hacer es pillarlas. Visita los urinarios más asquerosos y frota bien tus genitales por la taza y alrededores. Métela en los agujeros más hediondos y repugnantes; todo sea por la causa. Y una vez que hayas conseguido tu propio rebaño, sé como el grácil insecto que favorece la reproducción de las flores y ve transportando tu semilla de flor en flor. En cuanto a las féminas, debéis ser como esa flor que generosamente cede su polen a la zumbante abejita golosa, que recoge su cosecha y rauda la lleva a su panal para hacer miel (en este caso, en vez de miel, saldrán pelotillas). Se reproducen rápido (como todas son padres, comen huevos… Ok, ok, ya dejo los chistes malos, je, je…).

Pero esta política de cría y engorde la debería fomentar el gobierno. Al ser un tema de ecología, debería ser la propia ministra de medio ambiente y su casa de pu… estoo… su ministerio, la que diera ejemplo y pillase unas cuantas.

Y después de cagar, me miré la entrepierna y vi que no tenía ninguna. Desesperado, palpé, rasqué, recorrí con la yema del dedo cada centímetro… Nada: ni una sola. Entonces fue cuando me di cuenta de lo solo que estaba…

KING KUTRE

   
Texto: Roberto Blanco Tomás
Descarte de “Mala Impresión”. 1998

“Galáctica, estrella de combate”

Joodeer, “Galáctica”… Lo jodido es que no parece que fue ayer. Veamos… Eso fue antes de que mis padres me apuntaran al comedor del colegio, hartos de intentar hacerme comer  las lentejas; o sea, que debió de ser hace muchísimo. Calculo que esa serie se emitiría a principios de los `80. En aquella época Naranjito todavía no había sido exprimido por los de la Radical Fruit Co.; Ronald Reagan se masturbaba viendo “Rambo” en la Casa Blanca (aunque creo que esto fue antes de “Rambo”; se masturbaría con “Los Boinas Verdes”, de John Wayne); Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, menstruaba aceite lubricante en el 10 de Downing Street; y en la tele, que en mi casa aún era en blanco y negro, echaban “Galáctica”.

Por aquel entonces, aún me gustaban las series (ahora, gracias al Dr. Emilio Aragón, al Fary y a los pijoteras de “Sensación de Vivir”, las odio). Ésta la ponían por el mediodía (creo), y yo me quedaba embobado, con el plato de lentejas intacto delante. La historia era más o menos así: “Galáctica” era una nave muy tocha, llena de naves pequeñitas de combate, que iba de paseo por las galaxias seguida de muchas naves de transporte, como quien va al Rocío. Y es que los malos les habían arrasado el planeta y ahora se lo hacían de “homeless”. Los malos eran los cylones, unos robots muy horteras comandados por el Conde Baltar (un tío bastante patético con cara de mala leche y túnica a lo Demis Roussos). Era un malo de los de antes, de esos que no dan mucho miedo (he visto directores de revista más malvados, je, je…), sino que en el fondo hacían gracia. Así pues, los cylones éstos eran los malos (si unos robots pueden ser malos o buenos). En el fondo, las series de antaño eran humanitarias: en el “Equipo A”, pese a los múltiples disparos y explosiones, nunca moría nadie, y en “Galáctica”, como los que “morían” mayormente eran los malos, y éstos eran robots, no seres humanos, pues todos contentos.

Estos cylones iban montados en naves que parecían uñas recién cortadas. Es una lástima no haberme dado cuenta de pequeño, porque podía haberme montado unas batallas con los restos de cortarme las uñas que no veas…

Los buenos eran un tal Apolo (tenía nombre de helado. Podían haberle llamado “Capitán Cola”, que mola más, queda como más marcial y además era mi helado favorito), que era el hijo del jefe, o sea que así ya podía ser el prota; eso es como ser el hijo del profe. Otro era un tal Starback, o Starbuck, o pollas en vinagre, que era Dirk Benedict, el que hace de Fénix, o Phoenix, o Phonix, o yo qué sé, en el Equipo A (ya podían haberle llamado Pepe, coño). Completaba el trío de héroes un negro que se llamaba Boomer, como el de los chicles, pero éste no se estiraba, ni mascaba chicles, así que no es el mismo.

Pues resulta que, nada más empezar, se cargan al hermano de Apolo, que también era el hijo del jefe, pero explícale tú eso a los cylones; vamos, que no le sirvió de nada el libro de familia. El Apolo éste llora y jura venganza, pero tarda bastantes episodios en vengarse, el tío. Al final hay una batalla de naves que te cagas en las bragas, y fin.

Los niños de mi época jugábamos a “Galáctica” haciendo como que nuestras bicis eran naves de combate; y había un chico en mi barrio que siempre se pedía ser Apolo, y todos decíamos que cómo iba él a ser Apolo, con lo feo que era el jodío; pero como nos sacaba a los demás un par de años, pues al final siempre se salía con la suya, porque no era plan de que nos currase por una cosa tan tonta, ¿no?

Seguramente lo mejor de esta serie es que no la hayan repuesto, como “V”, que cuando era pequeño me parecía la hostia de efectos especiales, y cuando la volví a ver hace años no daba crédito al cutrerío que veían mis ojos. O el “Coche Fantástico” ese, que no paraba de dar el coñazo. Vamos, a mí me da el coñazo así mi coche mientras conduzco y de la patada en los cilindros que le doy, le dejo impotente (y eso que mi coche tiene dos pares de cilindros). Claro que seguro que el coche ése de las narices y el Michael-de-la-playa se lo montaban. Vamos, como si lo viera: el Michael le chuparía el tubo de escape y el coche haría “vroom, vroom”. No te jode…

KING KUTRE


Texto: Roberto Blanco Tomás
Descarte de “Mala Impresión”. 1998

De cutre-bares...

El cutre-bar es una solución alternativa para pasártelo bien cuando salgas. ¿Por qué meterse en garitos ruidosos en los que no se puede hablar, no se liga (por mucho que digan lo contrario los típicos fantasmas de discoteca), la cerveza está aguada y los licores son de garrafón? Con lo que mola meterse en los bares más asquerosos y repugnantes y ponerse hasta el culo de birra y similares. Yo, por lo menos, lo tengo claro. El cutre-bar es divertido; muy, muy barato; puedes llevarte a tus colegas y charlar y nunca estará tan lleno como los sitios de moda. ¿Qué más se puede desear?

¿Qué es lo que caracteriza a un cutre-bar? Bien, empecemos por el principio: tú vas por la calle, ¿no?, y ves un letrero de Coca-Cola antiquísimo, con el nombre del bar. Si hay comida, suele haber fuera un muñeco de un cocinero con una pizarra, en la que está anunciado lo que el bar ofrece de papeo. A veces hay fotos de los platos fuera o dentro del bar (cuyo parecido con la realidad suele ser pura coincidencia). Estos bares suelen estar en edificios antiguos y hechos polvo, con desconchones en las fachadas, pintadas de todo tipo y todo eso. Es más fácil encontrarlos en los barrios que en el centro de las ciudades.

Entramos en el bar. El suelo suele (valga la cacofonía) estar sucio, con múltiples colillas, servilletas hechas gurrumitos, restos de gambas (esto es opcional), mondadientes usados y rotos, huesos de aceituna, y sobre todos estos restos acostumbran a echar serrín. Las mesas (en las que los parroquianos juegan al dominó, al mus, a la brisca, o simplemente discuten de fútbol) pueden ser de madera y metal (las clásicas marrones y negras), de plástico (en este caso, el plástico fue alguna vez blanco, pero ahora, al contrario que Michael Jackson, está cada vez más negro) o completamente metálicas. Si hay televisor, acostumbra a estar sobre una repisa, en alto, y suele ser un modelo muy antiguo (un Telefunken o un Radiola).

Vamos con la ornamentación, bastante recargada, casi churrigueresca: fotografías (una o varias) de jugadores de fútbol del año de la pera, dedicadas “con cariño”; fotos de equipos de fútbol, también antediluvianas (si la foto es del Real Madrid, aparecerán Juan José, Miguel Ángel, Juanito, Santillana, Camacho y puede que hasta Pirri; si es del Barça, veremos a Migueli, Gerardo, Moratalla, “Lobo” Carrasco, Calderé, Alexanco, y, en la portería, Urruticoechea). El fútbol da para múltiples ornamentos: también podemos encontrar el escudo de algún equipo, o cualquier adorno hortera de tienda de “Todo a 100”, desde tazones con escudo hasta espejos, también con el escudo en medio, pasando por calcetines y otras cosas por el estilo. Después tenemos el extenso capítulo de las estampitas de los santos, fotos de Cristos (estas no están dedicadas), crucifijos, rosarios, amuletos y demás artículos de magia. Para contrarrestar esto, puede haber alguna foto de jamonas o algún calendario. Los calendarios suelen ser del estilo de “Garaje Manolo” o “Almacenes Pepe” y suelen llevar tías macizas (pero no “pin-ups” de los cincuenta, sino tías bastorras con lencería de esparto de los setenta), vírgenes (éstas, más tapaditas que las anteriores), Jesucristos, motivos florales o el típico coche de época (normalmente fotografiado en algún jardín verdecito). Otros adornos bastante recurrentes son las fotos de folklóricas y de toreros (a veces firmadas, a veces no) y carteles de corridas (ya sabéis, donde esté una buena corrida, que se quiten los toros, jia, jia…). Después, los bares con más “pedigree” suelen tener alguna reliquia, del estilo de un balón de fútbol firmado, unas castañuelas de una folklórica famosa, un abanico, o la montera de un torero (aunque no sea famoso, con que le conozcan en su casa vale. Si preguntas, te dirán: “¿cómo? ¿Que no conose tú ar Ninio de Quintanilla der Guadarquiví? Pos ese ha sío  er mehó torero que ha visto España; lo cocurre es que no san fijao en él los de la prensa, que si no…”. Y da igual que no te gusten los toros; te contarán toda su vida -la del torero y la de ellos- en fascículos).

Llegamos a la barra. No apoyes tus brazos en ella porque puedes pringarte de cualquier cosa: de cerveza, de tomate, de café… Piensas: “bueno, me tomo una cerveza, y de comer…”. Echas un vistazo a las tapas y ves algunas tan frías que la salsa ha hecho costra y hay que sacarlas con martillo y escoplo; otras, con salsa de tomate hecha cuajarones, presentan por los bordes un filillo negro algo desagradable. También hay ciertas raciones que no sabemos de qué son, pero parecen restos de operaciones de amígdalas. Visto todo esto se te quitan las ganas de comerte una tapa, así que no tomas nada de papeo (aunque hubieras pedido café no habrías podido comer porque todos los bollos tienen moho) y te pides sólo la cerveza, eso sí, en botellín, que sabe mejor que la de barril. Te traen el botellín y un vaso, habitualmente muy mal lavado, pero da igual, porque la cerveza se bebe directamente del botellín, que es como está buena (esto es como el pollo asado, que como está bueno es si te lo comes con las manos).

Mientras bebes, te fijas mejor en el bar: todos los aparatos son auténticos anacronismos: un microondas de principios de la Revolución Industrial, una cafetera antigua que casi suena tanto como la Vespa de tu vecino, esa que tiene el tubo de escape jodido; y así, todos.

Posiblemente te entren ganas de echar un meote, y esto nos permite comentar otra de las señas de identidad de los bares cutres: el váter. Lo más normal son los extremos: o está asquerosamente guarro o está rigurosamente limpio. Quizá sea incluso más común que esté guarro, y entonces os encontraréis con lo siguiente: no han tirado de la cadena y hay meao e incluso un boñigo gordo en la taza; suele haber pis en el suelo de algún guarro que se ha entretenido en jugar a Billy “el Niño” y hacer puntería desde lejos. Si no hay boñigo, suele estar “la muestra”, esto es, zurraspas en la taza (también conocidas como “frenazos”). El olor puede variar en un continuo que va desde la mierda pura hasta el ambientador barato con olor empalagoso, e incluso una mezcla de los dos. Del papel higiénico solo queda el canuto, y no te limpies el culo con él, que el cartón raspa, y eso va muy mal para las hemorroides. La escobilla suele estar al lado, habitualmente llena de pegotes de mierda. Si te intentas lavar las manos descubrirás que hay máquina de jabón, pero lo que no suele haber es jabón dentro (y si lo hay, huele a “Coral Vajillas”), así que te las lavas con agua solo. Por cierto, ten cuidado de no electrocutarte con el secador de las manos, porque esos trastos suelen ir muy mal. Por supuesto, no pueden faltar los ya típicos mensajes de “contactos” en las paredes.         

En cuanto a la parroquia, si hay fútbol está lleno y el griterío es constante. En un día normal suele estar casi vacío. El que está casi siempre es el típico cliente habitual (ya casi de la familia), que estaba allí cuando entraste y seguirá allí cuando te vayas, aunque tardes horas. Suele estar leyendo el periódico del bar (lleno de lamparones de aceite) y acostumbra a beber a cuenta.

Puede ser que entre una “maruja” con el carrito de la compra y un niño llorón. Se toma un cafelito, y el niño “un fanta”. En realidad han entrado para que el niño mee, porque el angelito no podía más. Al rato llegan las visitas habituales: el yonqui que vende kleenex, rotuladores “Carioca” que no pintan o cualquier otra cosa. Normalmente le echan, pero puede ser que se quede un rato. Después aparecerá un grupo de lolailos con guitarra, cantando siempre la misma canción del Camarón y pasando la gorra; éstos suelen ser simpáticos. Y por fin, lo más típico: la vendedora de flores y/o romero, que además lee la mano como si fuera el “Marca”. Huid de ella, es pesadísima y, si no la echan, cuesta años de dedicación que se vaya.

Una vez terminada la birra, pagas. Suele ser baratísimo, y siempre está bien dejar propina, porque es bueno que siga habiendo sitios así y porque los camareros y los dueños de los cutre-bares son normalmente los más simpáticos, agradables y serviciales de la profesión (qué diferencia con los de los bares pijos o los de las cafeterías de la “gente respetable” de cada ciudad).

Quiero dejar claro que para mí la palabra “cutre” tiene connotaciones positivas: es lo castizo, lo vacilón. Es por ello que me encantan los cutre-bares: no puedes encontrar un sitio más barato, te sientes como en casa, no te miran raro si tardas más de la cuenta en beberte la birra, los camareros son extremadamente atentos con la clientela, y tienen el encanto de lo entrañable. La verdad es que me siento muy a gusto bebiendo en ellos. Por eso debemos seguir yendo y consumiendo, para que no cierren ante la feroz competencia de las impersonales cadenas.     

                                                                               
KING KUTRE

Texto: Roberto Blanco Tomás
Descarte de “Mala Impresión”. 1998

El “Gorila” de discoteca

Hola, amigos de la naturaleza. Bienvenidos a una nueva entrega de “Fauna Urbana”. Este mes me propongo investigar en profundidad acerca de un peligroso animal: el “gorila” de discoteca. Será un safari arriesgado, pero todo sea por el bien de la ciencia.

Empezaré describiendo su hábitat, lo cual también tendrá interés educativo, ya que es muy posible que no sepas lo que es una discoteca porque este espécimen te haya impedido conocerlo. Una discoteca es un antro, generalmente oscuro, en el cual suelen poner música infumable y vomitiva a toda caña, acompañada de juegos de luces mareantes. Si pides una copa, lo más normal es que te la pongan de garrafón y a un precio que hará que tu cartera necesite que le practiquen la respiración artificial. A estos sitios la gente suele ir a ligar, pero eso entra en el terreno de la ciencia-ficción.

Los gorilas, auténticos depredadores nocturnos, suelen ser de 2 tipos: 1. El “armario ropero”: un ser descomunal que mide 2x2 (2 m. de alto por 2 de ancho). Tiene mandíbula cuadrada y gesto de mala leche. 2. Modelo “Las apariencias engañan”: parece un tío normal, tirando a bajito, delgado. Si nos fijamos bien veremos que está fuerte y que no tiene ni un átomo de grasa. Al contrario que el “2x2”, que suele ser más bien simple, éste es inteligente. También tiene mucha mala leche y es capaz de tumbarte de un solo golpe, así que cuidado. Eso sí, lo realmente peligroso es encontrarte un “2x2” inteligente; entonces ¡huye!

Cualquiera de nosotros (me refiero a la gente normal como tú y como yo) nos liamos a hostias y a lo más que llegamos es a cansarnos muchísimo, pero hacemos poco daño. Cuando uno de éstos sacude, le basta con un solo puñetazo, porque sabe dónde y cómo darlo. Saben artes marciales de esas como el full-contact y el fist-fucking.

Normalmente sueles sufrir a este bicho de dos formas: o no te deja entrar o cuando estás dentro te echa. Caso A: llegas a la disco y te dices: “Preparaos nenas; esta noche arraso”. Cuando te diriges con paso decidido hacia adentro, notas una mano descomunal y poderosa que te sujeta. Te vuelves y ves que su propietario es proporcional a ella. Te dice “¿dónde te crees que vas?”. Tú, con cara de concursante de “El Tiempo es Oro” al que acaban de hacer una pregunta cuya respuesta conoce, dices: “adentro, a bailar”. Él dice: “de eso nada, seguro que eres menor de edad”. Sacas el DNI y se lo enseñas, pero él no se lo cree: dice que el carnet es de tu hermano mayor. “Pues éste no sabe con quién ha topado”, piensas mientras sacas la partida de nacimiento, el libro de familia, el carnet de la biblioteca      y el del video-club. El tipo, momentáneamente abrumado, reacciona rápido y señala a tus pies, diciendo: “Ahá, así que pretendías entrar con zapatos de deporte; ¡a la calle!” Rápidamente sacas de tu mochila un par de relucientes zapatos y te los pones. “No puedes entrar sin corbata”. Sacas una corbata de seda y te la pones. Él, mosqueado, te dice: ¡pues no vas a entrar porque no me sale a mí de los cojones!”. Tú, ante el tosco pero contundente argumento de la genitalidad, no sabes qué decir, así que le llenas de improperios; pero esto lo haces desde el aire, porque te ha pegado una patada digna de fichar por el Real Madrid. Cuando aterrizas, no sabes si insultarle o darle el trofeo “Bota de Oro”, así que dices bien alto, para que te oiga: “¡Bah, después de todo, ¿quién quiere entrar en esa mierda de discoteca?!”.

Caso B: Estás en la discoteca haciendo oposiciones a tonel. Llevas 7 güisquis (bueno, lo de güisqui es un decir) y 5 “vete-a-saber-qué-coño-es-este-potingue-azul” y te fijas en 2 nenas tremendas, que deben ser gemelas porque son exactamente iguales y se mueven a la vez. Te acercas tambaleándote, tropezando con toda la gente de la disco y derramando copas por doquier y te pones a bailar y a meter jaleo, para que se enteren de quién es el rey de la pista. En esto que notas una presión en tu camisa y te ves elevado sobre el suelo. Miras hacia atrás y ves a dos gorilas iguales que te llevan en vilo. Gritas: “¡hijoputas, cabrones..!” y pataleas, pero es inútil: te ves proyectado de una Butraguéñica patada al exterior. Cuando te levantas, dices lo suficientemente alto como para que te oigan: “¡Bah, después de todo, ¿quién quiere quedarse en esa mierda de discoteca?!”.

Terminada la expedición, anotamos en nuestro cuaderno de trabajo: “el sadismo, la frustración y… qué coño, el paro, llevan a los seres vivos a buscar su sustento como sea, que un curro es un curro. Además, la culpa la tienen los discotequeros, que no saben beber, se ponen plastas y tocan las narices al personal hasta que les echan. Y si no les gusta, que no vayan a las discotecas.”

                     KING KUTRE

Texto: Roberto Blanco Tomás. 
Publicado en el nº 2 de Mala Impresión. Mayo de 1998

¡Mamá, en el colegio me dicen borracho!

Consejos prácticos para beber litronas en la calle

El acto.

La cerveza es un producto antiquísimo. Creo que los fenicios ya la bebían. En la Edad Media, dada la abundancia de epidemias y el peligro de contagio a través de la leche, los niños se desayunaban con cerveza. Ni que decir tiene que es un producto mucho más natural que los refrescos y más natural también que los zumos pretendidamente “naturales” de tetra-brik.

La de beber litronas es una costumbre que últimamente se está perdiendo, así que vamos a tratar sobre ella y a analizarla en profundidad, ya que es un bien cultural que no debemos perder.

Empezaré diciendo que no vale cualquier amigo para ir de litronas; hay que seleccionar muy bien: le tiene que gustar la cerveza y tiene que tener un cierto toque “salvaje” para que no le importe mancharse los vaqueros de mierda del suelo; remilgados, abstenerse.

Una vez que se han elegido los amigos apropiados para la ingestión cervezal, se va en peregrinación al colmado más próximo y se compran unas cuantas litras. Más vale que sobre que no que falte. En cuanto a la marca, desconfía del litronero que sólo quiera calidad; para beber litronas sirve cualquier marca; cuanto más barata, más botellas podréis comprar.

Tenemos las botellas; ahora hay que seleccionar el sitio, pues  no sirve cualquiera: prescinde de los lugares con vecinos asomados, ya que suelen dar bastante el coñazo. Elige un sitio solitario, cómodo (con escalera o algo así), no demasiado sucio y (muy importante) que tenga algún lugar propicio para mear (parte del ritual consiste en mearla).

Os sentáis y abrís las botellas. Si no tienes abridor, puedes abrirla con una llave, o mejor apoyando el borde de la chapa en un bordillo o barandilla y dando un golpe seco (es más auténtico). Se bebe a morro (si algún amigo sugiere comprar vasos de plástico, le echáis a patadas) y no se tira ni una gota. No metas el labio si no quieres correr el riesgo de que suba la espuma, te la eches encima, y hagas el ridículo. Los morros (u hocicos) se limpian con la manga de la camisa; nada de sacar “kleenex”, que eso es de pijos.

Una parte importante del ritual es la conversación. Si tenéis los mismos gustos musicales podéis discutir sobre si es mejor el Cavan o los Stray Cats, Manowar o Metallica, los Sex Pistols o los Ramones, si sois Rockers, Heavies o Punkies, respectivamente. Si vais de profundos podéis hablar de cómo arreglar el mundo, de la influencia de Tuñón de Lara en el estudio de la historia o de la aportación de Eisenstein al lenguaje cinematográfico. El tema es lo de menos, el caso es hablar. También podéis acompañar el birreo con unas patatas fritas, lo cual resulta aún más auténtico porque las manchas de la camisa serán más consistentes.

Eso sí, cuando terminéis, no seáis niñatos y no rompáis las botellas; así, el que venga después no se hará daño al sentarse. Y, una vez terminadas, otra vez a la tienda y vuelta a empezar.


Posibles complementos de las litronas.

El título de este epígrafe no debe llevaros a engaño: el acto de irse de litronas es lo suficientemente poderoso como para no necesitar de ningún complemento para su práctica. Irse de litronas es ya de por sí toda una ceremonia; es un acto totalmente autónomo. No obstante, también se pueden llevar otras bebidas o alimentos (aunque la cerveza ya alimenta lo suyo) que sacien nuestro siempre enorme apetito.

Comenzaré hablando de otras bebidas que nos podemos llevar: de un tiempo a esta parte se ha consolidado el “calimocho” como compañero de fatigas de la litrona. Nada que objetar: está muy rico; claro que no es tan sano como la cerveza (la coca-cola jode bastante el estómago) y además hay que tener cuidado con la resaca donsimonera, que es bastante chunga.

Más bebercio: atentos a esto que voy a decir: únicamente están permitidas las bebidas caras (whisky, ginebra, vodka…)  en ocasiones especiales, y como una excepción; tomarlo como hábito sería de un pijerío impresentable; esas bebidas no son urbanas y deben ser disfrutadas en otros sitios, como en bares o en casa (además, los que acostumbran a hacer “botellones” de esos suelen comprar mierda: whisky DYC de urinario y vodka contaminada de Chernobyl). Solamente respetaré el Anís del Mono, porque mola y es cachondo.

Vayamos ahora a por el asunto del papeo: ya os hablé antes de las patatas fritas; me refería a las “chips”, pero también podéis utilizar patatas fritas de algún establecimiento de comida rápida, que son más aceitosas y pringan más. Podéis llevar también cualquier porquería embolsada, estilo “Doritos” (los famosos “nachos”), “Fritos”, gusanitos y demás. El bocata de calamares será todo lo castizo que queráis, pero no pega tanto aquí. Si compráis frutos secos tenéis que acordaros de comprar más birra porque dan una sed del copón. No, colega, ya sé que en el supermercado de tu barrio están de oferta los yogures de macedonia, pero no es plan de llevárselos de litroneo; eso no es serio, de verdad, ni aunque tu mamá diga que tienes que comer algo porque tanto alcohol a palo seco no es sano; dile a tu madre que de eso se trata. Si sois muy glotones y estáis muy desesperados siempre podéis mangarle la comida al perro (ya sabéis, el “Dog Chow” ese o similares); que no os dé asco: no está tan malo; pues no saben nada los chuchos… Bon apetit!

En esta sección de complementos para el litroneo podemos incluir un radiocassette guapo de esos a pilas y unas cintas molonas de la música que más os enrolle (yo recomiendo Rockabilly del bueno, pero podéis hacer lo que queráis). Si os lo montáis en la playa, recordad que la arena es muy chunga para el cacharro. Buscad un sitio con hamacas de esas que se alquilan y colocadlo encima de una (evidentemente, hacedlo por la noche, cuando no está el dueño; no se trata de alquilar una hamaca para el “loro”; vamos de barato ¿no?). Si en tu ciudad no hay playa, pues no vayas a la playa, tío, qué quieres que te diga.

Si alguno de los que vais tiene carro, cojonudo: tenéis radio (no todos), sitio donde meteros por si hace rasca y, además, podéis ir a toda hostia a por más cuando se os acabe el líquido elemento. Eso sí, recuerda al Stevie Wonder y si bebes, no conduzcas (no es plan de que me busque yo un marrón por apología del accidente de tráfico).


Mearla.

Ya nos hemos llenado de cerveza de los pies a la cabeza (y, sin haberlo deseado, me ha salido un pareado); vamos, que un poco más y nos sale birra por aspersión por el culo. Ahora habrá que vaciar el depósito, ¿no? Tío, tío, tío… Y eso… ¿Cómo se hace? Pues meando, ¿cómo se va a hacer? En las siguientes líneas voy a explicar cómo se mea en la calle con estilo y sin que te pillen los munipas y te multen.

Volvemos a lo de siempre: lo primero es elegir bien el sitio. Es recomendable (como ya he dicho) haber elegido previamente un sitio para beber litronas con lugares estratégicos donde mear, solitarios, resguardados y a salvo de miradas indiscretas. Yo soy partidario de mear en los bancos (no en los de sentarse, que no soy tan malvado; me refería a las sucursales bancarias). No os podéis imaginar la satisfacción que da mear un banco.

Lo mejor es mear en callejones oscuros y apartados, con el menor número de luces posible, pocas ventanas, etc. También van bien los descampados solitarios (cuidado con los violadores o con los ninjas esos que están quemaos del tarro y se dedican a repartir espadazos por doquier). También es discreto hacerlo detrás de un contenedor de basura o algo por el estilo. Si puedes, mea algún cartel publicitario, a ser posible, de políticos (si es época de elecciones). También puedes mear el coche de algún niño pijo al que tengas manía.

Obviamente, si estás de litronas en la playa, hazlo en el mar; y no te preocupes si eres ecologista: eso (la orina) es natural, no contamina (“la orina no contamina”, qué frase tan bonita). Además, por mucho que lo intentes no mearás un litro ni de coña y, aunque por arte de magia meases un litro (cosa muy, pero que muy improbable), ¿qué sería un litro de orina entre los cientos de miles de millones (y  más) de litros de agua que hay en el mar? Se diluirá  enseguida. De hecho, lo de mear en el mar es una costumbre muy extendida; el meao es ya parte integrante del ecosistema marino.

Una vez que has elegido el sitio (no seas capullo: no vayas a mear en un portal, que eso no hace gracia) mea rápido, que como te pillen los munipas,  te multan. Si sois más de uno podéis poner de vigilancia a los que no tengan ganas de mear.

Otras tácticas de vigilancia: si sois dos, mead espalda con espalda, de manera que cada uno cubráis 180 grados. Si sois cuatro, mead uno para cada punto cardinal, cubriendo cada uno 90 grados. Si sois tres, usad la posición “bandera de Checoslovaquia”, en la que cada color es el campo visual de los meantes. Si sois más de cuatro, haced un círculo y mead hacia fuera. Todas estas tácticas son una gilipollez, pero quedan muy bonitas; tienen mucha belleza plástica. Vamos, que si las ponéis en práctica, quedáis mejor que el ballet del Bolshoi.

Al mear hay que tener cuidado con ciertas cosas: queda muy cerdo salpicarse los pantalones y además se reirán de ti, así que pon esmero en el acto de vaciar la vejiga de la orina. Tampoco está bien salpicarse las botas, pero si lo haces, puedes disimular y dejar que se sequen o limpiártelas sin que se note con la parte de la pantorrilla del pantalón. También hay que tener cuidado al cerrar la bragueta con no pillarse un huevo, pues resulta bastante molesto. Ah, y, sobre todo, recuerda la Ley del Talión: por mucho que te la sacudas, la última gota va al pantalón.

Más consejos a la hora de mear: si tardas en terminar (porque sea mucho lo bebido y, por lo tanto, haya mucho que mear) y te aburres, puedes acudir al clásico recurso de echar competiciones con el de al lado, a ver quién mea más alto o más lejos (esto es parecido a lo de las Olimpiadas, pero en meadas -mira, otro pareado-). Si meas solo, puedes marcarte objetivos y batir tus propios récords de altura, de longitud, etc. Si eres una chica, puedes hacer esto utilizando la técnica de Alaska en la peli de Almodóvar “Pepi, Lucy, Bom, y otras chicas del montón”. ¿Que no sabes qué técnica es? Pues ve la película y lo sabrás.

Con respecto a las chicas, casi todas estas normas son también aplicables a ellas, pero siempre con más disimulo y en sitios más apartados, menos a la vista de curiosos. Recuerda, chavalita, que no ligarás mucho si te ven despatarrada vaciando el depósito, pero bueno, tú haz lo que quieras…

De nada.

KING KUTRE

P.D.: Seguramente este artículo, aunque exhaustivo, no será todo lo completo que podría. Hay muchos casos que no he tocado, así que espero vuestras sugerencias y comentarios al respecto.

Texto: Roberto Blanco Tomás. 
Publicado en el nº 1 de Mala Impresión. Abril de 1998