martes, 22 de noviembre de 2011

Salvemos a las ladillas

Estaba yo cagando cuando se me ocurrió este artículo. Y es que las mejores ideas se me suelen ocurrir en el váter, el sitio más tranquilo de la casa, donde se puede reflexionar a gusto sin que te molesten. Eso sí, si luego sale una mierda, no os quejéis…

El caso es que hace unas semanas corría una gran preocupación por la redacción de “Mala Impresión”: ¿qué ha sido de las ladillas? Parece que de un tiempo a esta parte nadie las pilla. ¿Se estarán extinguiendo? ¡No podemos permitirlo!... Entonces fue cuando nuestro director me encargó hacer este artículo. Espero que no sea una indirecta, porque yo me lavo los huevos a conciencia…

De todos modos, es cierto: ya no sabemos dónde coño –nótese el gracejo, je, je…- buscar a la que durante décadas fuera mascota de España. La ladilla medró con el régimen anterior. Es posible que los curas tuvieran algo que ver con esto, ya que les venía al pelo (púbico) para afirmar que el sexo era fuente de todo mal y ruina moral y física del hombre, que se consumía víctima de sífilis, gonorrea y de nuestras simpáticas amiguitas.

La ladilla fue durante años compañera de trabajo de putas y orgullo de legionarios. Parece que un factor clave en su peligro de extinción es que la gente ahora se lava más. Antes, un buen español debía oler un poco a culo, porque quedaba más varonil. Eso de lavarse era de afeminados y de judeomasónicos. Todo parece apuntar a que eso era la esencia de los valores eternos (no veas qué flash si al final resulta que aquello de la “unidad de destino en lo universal”, que nadie sabía muy bien lo que era, termina siendo algo tan sencillo como el olor a culo mal lavado).

Con el gel de baño nos hemos librado de ellas; y es que era un bicho que tocaba los cojones (bueno, eso a los tíos; a las tías les daba el coñazo, je, je…). Pero esta revolución higiénica encierra un efecto perjudicial para el ecosistema: la extinción de estos bichitos, que eran simpáticos y alegres; como los pitufos, pero en bicho; lo que pasa es que, en vez de vivir en setas, pueblan cojones y chuminos.

Pero ya que está de moda eso del ecologismo y de salvar ballenas y todo eso, nos proponemos salvar a las ladillas. Hay que concienciarse: las madres, a sus hijos, en vez de regalarles tamagotchis, deben regalarles ladillas, que hacen más compañía ahí abajo, paseando cojón arriba y cojón abajo.

Pero te preguntarás, lector, qué puedes hacer tú para ayudar a tan noble campaña. Pues lo primero que debes hacer es pillarlas. Visita los urinarios más asquerosos y frota bien tus genitales por la taza y alrededores. Métela en los agujeros más hediondos y repugnantes; todo sea por la causa. Y una vez que hayas conseguido tu propio rebaño, sé como el grácil insecto que favorece la reproducción de las flores y ve transportando tu semilla de flor en flor. En cuanto a las féminas, debéis ser como esa flor que generosamente cede su polen a la zumbante abejita golosa, que recoge su cosecha y rauda la lleva a su panal para hacer miel (en este caso, en vez de miel, saldrán pelotillas). Se reproducen rápido (como todas son padres, comen huevos… Ok, ok, ya dejo los chistes malos, je, je…).

Pero esta política de cría y engorde la debería fomentar el gobierno. Al ser un tema de ecología, debería ser la propia ministra de medio ambiente y su casa de pu… estoo… su ministerio, la que diera ejemplo y pillase unas cuantas.

Y después de cagar, me miré la entrepierna y vi que no tenía ninguna. Desesperado, palpé, rasqué, recorrí con la yema del dedo cada centímetro… Nada: ni una sola. Entonces fue cuando me di cuenta de lo solo que estaba…

KING KUTRE

   
Texto: Roberto Blanco Tomás
Descarte de “Mala Impresión”. 1998

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