martes, 22 de noviembre de 2011

“Galáctica, estrella de combate”

Joodeer, “Galáctica”… Lo jodido es que no parece que fue ayer. Veamos… Eso fue antes de que mis padres me apuntaran al comedor del colegio, hartos de intentar hacerme comer  las lentejas; o sea, que debió de ser hace muchísimo. Calculo que esa serie se emitiría a principios de los `80. En aquella época Naranjito todavía no había sido exprimido por los de la Radical Fruit Co.; Ronald Reagan se masturbaba viendo “Rambo” en la Casa Blanca (aunque creo que esto fue antes de “Rambo”; se masturbaría con “Los Boinas Verdes”, de John Wayne); Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, menstruaba aceite lubricante en el 10 de Downing Street; y en la tele, que en mi casa aún era en blanco y negro, echaban “Galáctica”.

Por aquel entonces, aún me gustaban las series (ahora, gracias al Dr. Emilio Aragón, al Fary y a los pijoteras de “Sensación de Vivir”, las odio). Ésta la ponían por el mediodía (creo), y yo me quedaba embobado, con el plato de lentejas intacto delante. La historia era más o menos así: “Galáctica” era una nave muy tocha, llena de naves pequeñitas de combate, que iba de paseo por las galaxias seguida de muchas naves de transporte, como quien va al Rocío. Y es que los malos les habían arrasado el planeta y ahora se lo hacían de “homeless”. Los malos eran los cylones, unos robots muy horteras comandados por el Conde Baltar (un tío bastante patético con cara de mala leche y túnica a lo Demis Roussos). Era un malo de los de antes, de esos que no dan mucho miedo (he visto directores de revista más malvados, je, je…), sino que en el fondo hacían gracia. Así pues, los cylones éstos eran los malos (si unos robots pueden ser malos o buenos). En el fondo, las series de antaño eran humanitarias: en el “Equipo A”, pese a los múltiples disparos y explosiones, nunca moría nadie, y en “Galáctica”, como los que “morían” mayormente eran los malos, y éstos eran robots, no seres humanos, pues todos contentos.

Estos cylones iban montados en naves que parecían uñas recién cortadas. Es una lástima no haberme dado cuenta de pequeño, porque podía haberme montado unas batallas con los restos de cortarme las uñas que no veas…

Los buenos eran un tal Apolo (tenía nombre de helado. Podían haberle llamado “Capitán Cola”, que mola más, queda como más marcial y además era mi helado favorito), que era el hijo del jefe, o sea que así ya podía ser el prota; eso es como ser el hijo del profe. Otro era un tal Starback, o Starbuck, o pollas en vinagre, que era Dirk Benedict, el que hace de Fénix, o Phoenix, o Phonix, o yo qué sé, en el Equipo A (ya podían haberle llamado Pepe, coño). Completaba el trío de héroes un negro que se llamaba Boomer, como el de los chicles, pero éste no se estiraba, ni mascaba chicles, así que no es el mismo.

Pues resulta que, nada más empezar, se cargan al hermano de Apolo, que también era el hijo del jefe, pero explícale tú eso a los cylones; vamos, que no le sirvió de nada el libro de familia. El Apolo éste llora y jura venganza, pero tarda bastantes episodios en vengarse, el tío. Al final hay una batalla de naves que te cagas en las bragas, y fin.

Los niños de mi época jugábamos a “Galáctica” haciendo como que nuestras bicis eran naves de combate; y había un chico en mi barrio que siempre se pedía ser Apolo, y todos decíamos que cómo iba él a ser Apolo, con lo feo que era el jodío; pero como nos sacaba a los demás un par de años, pues al final siempre se salía con la suya, porque no era plan de que nos currase por una cosa tan tonta, ¿no?

Seguramente lo mejor de esta serie es que no la hayan repuesto, como “V”, que cuando era pequeño me parecía la hostia de efectos especiales, y cuando la volví a ver hace años no daba crédito al cutrerío que veían mis ojos. O el “Coche Fantástico” ese, que no paraba de dar el coñazo. Vamos, a mí me da el coñazo así mi coche mientras conduzco y de la patada en los cilindros que le doy, le dejo impotente (y eso que mi coche tiene dos pares de cilindros). Claro que seguro que el coche ése de las narices y el Michael-de-la-playa se lo montaban. Vamos, como si lo viera: el Michael le chuparía el tubo de escape y el coche haría “vroom, vroom”. No te jode…

KING KUTRE


Texto: Roberto Blanco Tomás
Descarte de “Mala Impresión”. 1998

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