martes, 22 de noviembre de 2011

De cutre-bares...

El cutre-bar es una solución alternativa para pasártelo bien cuando salgas. ¿Por qué meterse en garitos ruidosos en los que no se puede hablar, no se liga (por mucho que digan lo contrario los típicos fantasmas de discoteca), la cerveza está aguada y los licores son de garrafón? Con lo que mola meterse en los bares más asquerosos y repugnantes y ponerse hasta el culo de birra y similares. Yo, por lo menos, lo tengo claro. El cutre-bar es divertido; muy, muy barato; puedes llevarte a tus colegas y charlar y nunca estará tan lleno como los sitios de moda. ¿Qué más se puede desear?

¿Qué es lo que caracteriza a un cutre-bar? Bien, empecemos por el principio: tú vas por la calle, ¿no?, y ves un letrero de Coca-Cola antiquísimo, con el nombre del bar. Si hay comida, suele haber fuera un muñeco de un cocinero con una pizarra, en la que está anunciado lo que el bar ofrece de papeo. A veces hay fotos de los platos fuera o dentro del bar (cuyo parecido con la realidad suele ser pura coincidencia). Estos bares suelen estar en edificios antiguos y hechos polvo, con desconchones en las fachadas, pintadas de todo tipo y todo eso. Es más fácil encontrarlos en los barrios que en el centro de las ciudades.

Entramos en el bar. El suelo suele (valga la cacofonía) estar sucio, con múltiples colillas, servilletas hechas gurrumitos, restos de gambas (esto es opcional), mondadientes usados y rotos, huesos de aceituna, y sobre todos estos restos acostumbran a echar serrín. Las mesas (en las que los parroquianos juegan al dominó, al mus, a la brisca, o simplemente discuten de fútbol) pueden ser de madera y metal (las clásicas marrones y negras), de plástico (en este caso, el plástico fue alguna vez blanco, pero ahora, al contrario que Michael Jackson, está cada vez más negro) o completamente metálicas. Si hay televisor, acostumbra a estar sobre una repisa, en alto, y suele ser un modelo muy antiguo (un Telefunken o un Radiola).

Vamos con la ornamentación, bastante recargada, casi churrigueresca: fotografías (una o varias) de jugadores de fútbol del año de la pera, dedicadas “con cariño”; fotos de equipos de fútbol, también antediluvianas (si la foto es del Real Madrid, aparecerán Juan José, Miguel Ángel, Juanito, Santillana, Camacho y puede que hasta Pirri; si es del Barça, veremos a Migueli, Gerardo, Moratalla, “Lobo” Carrasco, Calderé, Alexanco, y, en la portería, Urruticoechea). El fútbol da para múltiples ornamentos: también podemos encontrar el escudo de algún equipo, o cualquier adorno hortera de tienda de “Todo a 100”, desde tazones con escudo hasta espejos, también con el escudo en medio, pasando por calcetines y otras cosas por el estilo. Después tenemos el extenso capítulo de las estampitas de los santos, fotos de Cristos (estas no están dedicadas), crucifijos, rosarios, amuletos y demás artículos de magia. Para contrarrestar esto, puede haber alguna foto de jamonas o algún calendario. Los calendarios suelen ser del estilo de “Garaje Manolo” o “Almacenes Pepe” y suelen llevar tías macizas (pero no “pin-ups” de los cincuenta, sino tías bastorras con lencería de esparto de los setenta), vírgenes (éstas, más tapaditas que las anteriores), Jesucristos, motivos florales o el típico coche de época (normalmente fotografiado en algún jardín verdecito). Otros adornos bastante recurrentes son las fotos de folklóricas y de toreros (a veces firmadas, a veces no) y carteles de corridas (ya sabéis, donde esté una buena corrida, que se quiten los toros, jia, jia…). Después, los bares con más “pedigree” suelen tener alguna reliquia, del estilo de un balón de fútbol firmado, unas castañuelas de una folklórica famosa, un abanico, o la montera de un torero (aunque no sea famoso, con que le conozcan en su casa vale. Si preguntas, te dirán: “¿cómo? ¿Que no conose tú ar Ninio de Quintanilla der Guadarquiví? Pos ese ha sío  er mehó torero que ha visto España; lo cocurre es que no san fijao en él los de la prensa, que si no…”. Y da igual que no te gusten los toros; te contarán toda su vida -la del torero y la de ellos- en fascículos).

Llegamos a la barra. No apoyes tus brazos en ella porque puedes pringarte de cualquier cosa: de cerveza, de tomate, de café… Piensas: “bueno, me tomo una cerveza, y de comer…”. Echas un vistazo a las tapas y ves algunas tan frías que la salsa ha hecho costra y hay que sacarlas con martillo y escoplo; otras, con salsa de tomate hecha cuajarones, presentan por los bordes un filillo negro algo desagradable. También hay ciertas raciones que no sabemos de qué son, pero parecen restos de operaciones de amígdalas. Visto todo esto se te quitan las ganas de comerte una tapa, así que no tomas nada de papeo (aunque hubieras pedido café no habrías podido comer porque todos los bollos tienen moho) y te pides sólo la cerveza, eso sí, en botellín, que sabe mejor que la de barril. Te traen el botellín y un vaso, habitualmente muy mal lavado, pero da igual, porque la cerveza se bebe directamente del botellín, que es como está buena (esto es como el pollo asado, que como está bueno es si te lo comes con las manos).

Mientras bebes, te fijas mejor en el bar: todos los aparatos son auténticos anacronismos: un microondas de principios de la Revolución Industrial, una cafetera antigua que casi suena tanto como la Vespa de tu vecino, esa que tiene el tubo de escape jodido; y así, todos.

Posiblemente te entren ganas de echar un meote, y esto nos permite comentar otra de las señas de identidad de los bares cutres: el váter. Lo más normal son los extremos: o está asquerosamente guarro o está rigurosamente limpio. Quizá sea incluso más común que esté guarro, y entonces os encontraréis con lo siguiente: no han tirado de la cadena y hay meao e incluso un boñigo gordo en la taza; suele haber pis en el suelo de algún guarro que se ha entretenido en jugar a Billy “el Niño” y hacer puntería desde lejos. Si no hay boñigo, suele estar “la muestra”, esto es, zurraspas en la taza (también conocidas como “frenazos”). El olor puede variar en un continuo que va desde la mierda pura hasta el ambientador barato con olor empalagoso, e incluso una mezcla de los dos. Del papel higiénico solo queda el canuto, y no te limpies el culo con él, que el cartón raspa, y eso va muy mal para las hemorroides. La escobilla suele estar al lado, habitualmente llena de pegotes de mierda. Si te intentas lavar las manos descubrirás que hay máquina de jabón, pero lo que no suele haber es jabón dentro (y si lo hay, huele a “Coral Vajillas”), así que te las lavas con agua solo. Por cierto, ten cuidado de no electrocutarte con el secador de las manos, porque esos trastos suelen ir muy mal. Por supuesto, no pueden faltar los ya típicos mensajes de “contactos” en las paredes.         

En cuanto a la parroquia, si hay fútbol está lleno y el griterío es constante. En un día normal suele estar casi vacío. El que está casi siempre es el típico cliente habitual (ya casi de la familia), que estaba allí cuando entraste y seguirá allí cuando te vayas, aunque tardes horas. Suele estar leyendo el periódico del bar (lleno de lamparones de aceite) y acostumbra a beber a cuenta.

Puede ser que entre una “maruja” con el carrito de la compra y un niño llorón. Se toma un cafelito, y el niño “un fanta”. En realidad han entrado para que el niño mee, porque el angelito no podía más. Al rato llegan las visitas habituales: el yonqui que vende kleenex, rotuladores “Carioca” que no pintan o cualquier otra cosa. Normalmente le echan, pero puede ser que se quede un rato. Después aparecerá un grupo de lolailos con guitarra, cantando siempre la misma canción del Camarón y pasando la gorra; éstos suelen ser simpáticos. Y por fin, lo más típico: la vendedora de flores y/o romero, que además lee la mano como si fuera el “Marca”. Huid de ella, es pesadísima y, si no la echan, cuesta años de dedicación que se vaya.

Una vez terminada la birra, pagas. Suele ser baratísimo, y siempre está bien dejar propina, porque es bueno que siga habiendo sitios así y porque los camareros y los dueños de los cutre-bares son normalmente los más simpáticos, agradables y serviciales de la profesión (qué diferencia con los de los bares pijos o los de las cafeterías de la “gente respetable” de cada ciudad).

Quiero dejar claro que para mí la palabra “cutre” tiene connotaciones positivas: es lo castizo, lo vacilón. Es por ello que me encantan los cutre-bares: no puedes encontrar un sitio más barato, te sientes como en casa, no te miran raro si tardas más de la cuenta en beberte la birra, los camareros son extremadamente atentos con la clientela, y tienen el encanto de lo entrañable. La verdad es que me siento muy a gusto bebiendo en ellos. Por eso debemos seguir yendo y consumiendo, para que no cierren ante la feroz competencia de las impersonales cadenas.     

                                                                               
KING KUTRE

Texto: Roberto Blanco Tomás
Descarte de “Mala Impresión”. 1998

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